Éste
no será un relato de terror, ni una novela mínima con personajes de los bajos
fondos y ni siquiera se asemejará a un cuento canallesco cargado de excesos
superlativos e ingentes proporciones de horror. Así que ésta no será de ninguna
manera una historia de miedo sino el relato de unas ánimas ambulantes atrapadas
en el neón y la malla cuajada de remiendo, sudor y lentejuela.
¡Pasen señores pasen! Admiren a la mujer
barbuda, al enano Flopi Seisdedos y a su novia Mariquita Ventimiglia. Vean las
sombras chinas de Madame Limoix, las magias de su amante el Dr. Mabusse y
déjense llevar por el funambulista miope y su mujer zamba al ritmo de un
foxtrot sobre el filo de Manhattan.
Aunque
lo parecerá no hablaré desde el dislate de la troupe alucinada sino desde el sitio donde me hace hablar Alegría,
la muñeca articulada de un ventrílocuo filipino harto de fracaso y olvido. O
sea que hablaré de mí, de mí que soy el que gusta del exceso oscuro, del amor
decadente, nervioso, nocivo para la levedad de los cuerpos de serrín con cabeza
de cartón y mirada desorbitada. Hablaré de mí que soy la volubilidad que espía
agazapada desde la curvatura del labio atrapado en el reflejo ajeno, pillado en
el ensayo de una sonrisa estúpida en medio de una boca boba que, desde el lugar
donde habita la impostura, no cesa de interpelar y gesticular al mundo. Hablaré
de mi particular situación ajustada en el compás de unos dedos de madera de una
muñeca de madera de voz de madera y acento afuereño, que exige determinación
para dejar al descubierto con su voz prestada todo el desencanto que, la
palabra fracaso, es capaz de ejemplarizar después de mucho ensayo, mucha
memoria y de reiterar hasta la saciedad mi propio monólogo de viejo bebedor con
la palabra más ajustada; aquella que llevo cosida en la piel y, con pelos y
señales, describe a un hombre mínimo de tez amarillenta, cada vez más
disminuido, más rígido, más inconsciente, más remoto e inexistente en el
sentido de epifanía. Así que hablaré, digo, desde el mismísimo yo de un invisible
que mira con arrebatada intensidad el límite entre realidad y ficción de su
vida asomada en la acrofobia del imposible amor de la rubia platino; fatal para
los seres cuya complejidad emocional se encuentra suspendida vagando en un
ingrávido alep. Hablaré, insisto, de
un volador urbano con todos los deberes de antemano concluidos: plano inclinado
de despegue, tiempo de vuelo y velocidad estimada del impacto. Hablaré del
extranjero con los papeles extraviados en el laberinto de su antiguo oficio, del
cual sin tener noticia, ha sido relevado por su partner. Hablaré, también, de la soledad del bebedor de alcoholes
de alto riesgo, del esnifador de colas industriales, del masticador de crack
que languidece entre los tangos y boleros de un viejo bandoneón que sólo existe
en la nebulosa de su viaje alucinado. Y, sin embargo, desde este sitio donde me
hace hablar Alegría, no hablaré de ninguno de los poetas malditos que podían
haber cabalgado el lado turbio de la noche ni, por supuesto, de las
precariedades, quebrantos y miserias del artista ambulante.
¡Pasen señores pasen! Y absténganse de
mirar las personas impresionables: el vértigo que es capaz de generar el hombre
bala podría dañar gravemente sus sensibilidades. 2on premi de prosa Jaume I El Conqueridor de Salou